Comentario
Groussac y Rojas
El juicio de Groussac sobre Díaz de Guzmán no pudo ser peor. Afirmó que su falta de información rayaba en lo inaudito. Es una frase que no corresponde a la obra ni a la verdad. Díaz de Guzmán dedicó su libro a su patria, a este inmenso río que tiene los nombres de Paraguay, Paraná y de la Plata, y es sólo un curso de agua que une tierras lejanísimas. No se dedicó Díaz de Guzmán a otras partes de América, sino, repetimos, a su inmenso hogar. Y era bastante. Por otra parte, no sabemos qué información exigía Groussac que tuviese Díaz de Guzmán. Vivió y escribió a fines del siglo XVI. El archivo de Asunción era un conjunto de papeles, borradores, algunas escrituras, copias de cartas despachadas y otras cartas recibidas, algún proceso y poco más, en un rincón del Cabildo. Los cronistas e historiadores españoles de la Península no habían escrito mucho sobre estas regiones. Apenas habían hablado del descubrimiento del Río de la Plata, de las expediciones de Solís, Caboto y Mendoza y nada más tenían que decir. Díaz de Guzmán abarcó un escenario inmenso y refirió todo cuanto supo de la historia de ese mundo, desde los orígenes, por algunas lecturas y tradiciones locales, hasta su propia vida, en que habló con tantos conquistadores y fue protagonista de tantas empresas.
Groussac, no pudiendo censurar la forma de la obra y el estilo, correctísimo, de la prosa de Díaz de Guzmán, expone la sospecha de que algún jesuita o fraile corrigió o modificó sus originales. Es una afirmación que ningún hecho, ni ningún indicio, puede sostener. Luego, para mofarse de la moralidad de Díaz de Guzmán, explica que cuando tuvo que relatar la revolución en contra de Alvar Núñez, su pariente, y la elección de Irala, su abuelo, falsea los hechos y lleva a Irala al Acay, para eliminarlo de la responsabilidad del levantamiento contra el segundo adelantado. No se trata de una treta o escamoteo de Díaz de Guzmán. Nuestro historiador escribió lo que realmente fue: Irala, en esos momentos de la revolución, no estaba en Asunción. Los oficiales reales y Alonso Cabrera fueron los autores de la conspiración y de la prisión de Alvar Núñez. Irala estaba enfermo en su casa y no tomó parte en la revolución. Todos los"documentos lo atestiguan y no hay prueba en contrario. Si Irala supo o no supo que se gestaba una revolución es algo que nadie puede adivinar.
La antítesis de Groussac se halla en Ricardo Rojas. Este literato e historiador, autor de la insuperada Historia de la literatura argentina, tuvo para Díaz de Guzmán elogios justos. Los compartimos totalmente. Rojas era un conocedor profundo de la historiografía colonial, y sus investigaciones y conceptos, salvo detalles mínimos, no pueden ser rectificados. Con razón consideró a Díaz de Guzmán el fundador de la historiografía Argentina. Diremos más: de la historiografía rioplatense que abarca Argentina, Paraguay y Uruguay. Todos los historiadores de estas regiones, jesuitas y no jesuitas, siguieron sus huellas y algunos lo copiaron. Hasta fines del siglo XIX no fue posible aumentar sus páginas con documentos del Archivo de Indias. El mismo Groussac no hubiera escrito un ensayo tan bien fundado en sus citas y críticas, salvo los desprecios e injusticias de muchas de sus opiniones, si el señor Gaspar Viñas, que trabajó años en el Archivo General de Indias por cuenta de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, no le hubiera enviado, debidamente trasladados a máquina de escribir y autenticados, cientos de documentos que hoy llevan largos estantes en una sala de la Biblioteca Nacional.